Todo tiene un sentido, una razón y un porqué, desde que llegaste supe que tú eras el mío. Quizá fue aquello que llaman destino, quizá las copas que llevaba de más, pero cuándo aquella luz furtiva iluminó tu cara lo supe.
No hizo falta más, mi corazón cayó preso del tuyo en poco tiempo, incapaz de alejarse de ti, como sí fueras el oxígeno que le alimentaba, la luz de la que se nutría, la esperanza de creerse vivo tras tantos años divagando sin rumbo.
Eras la fe en el amor; la gloria de quien sé sabe eterno, inmortal y con suerte; el esplendor del sol tras la tormenta; el caos de la locura y la sonrisa de un recién nacido.
Ahora añoro aquellos tiempos en que una caricia furtiva era suficiente, donde nos bastaba sólo con besarnos. Tú corazón se rompió en mil pedazos y yo pienso reconstruirlo.
Quizá sea tarde y la lucha se antoje ardua y sangrienta, más no cesaré en mi empeño por tenerte, recuperarte y devolverte todo aquello que fue nuestro.
Lucharé hasta quedar sin aliento, hasta la victoria o la total destrucción, sabiendo que nada fue en vano, que cada lágrima o gota de sudor derramada fue el pequeño precio a pagar por tener la mayor de las recompensas jamás imaginadas: a ti.
La gloria está reservada para aquellos que luchan haciendo del campo de batalla una ofrenda como muestra del valor de lo que desea conseguir...